Una vez más las miradas se encontraron, primero con timidez, tocando el terreno sin la certeza de dar el siguiente paso, y después con más confianza, pero siempre con esa profundidad, astucia y curiosidad que tienen los jóvenes indígenas de Chiapas.
Los ojos brillaron como el fuego de las velas que compartimos la primera noche en un ritual donde nos presentamos. También compartimos la cena, los elotes tiernos y las historias y leyendas de las comunidades.
Una vez más, las palabras se encontraron, primero con temor, pero una vez que tuvimos la certeza de estar entre compañeros, compañeras, entre hermanos culturales, las palabras fluyeron, primero con la sutil propuesta y después con el orgullo de hablar y poder expresarse cada quien en su lengua materna, tsotsil tseltal, tojolabal, contando primero de su tierra, sus costumbres y tradiciones, de lo que significa ser joven en sus comunidades, y después, a través de máscaras, de su identidad y raíces pero también de sus alas, de sus sueños, anhelos y proyectos de vida, de esa hambre y esa sed de jóvenes sabios y despiertos.
También compartieron sus trabajos, producto de sus reflexiones y esfuerzos, de talleres y grupos de Iniciativas Juveniles que con tanto ingenio y creatividad hicieron para pensar junto con otras y otros jóvenes, con sus comunidades, hablar de lo que sucede en sus vidas, en sus pueblos e ir al encuentro de mejores futuros posibles.
Una vez más compartimos la comida, la risa, las historias, y cuando la lluvia nos llevó a refugiarnos bajo techo, también escuchamos y compartimos profundas reflexiones, trabajamos en equipo para resolver preguntas y hacer cuestionamientos. ¿Qué es una comunidad?, ¿Cuáles son tus sueños y proyectos y cómo puedes lograrlos? ¿Qué podemos hacer las y los jóvenes para fortalecer nuestras comunidades?
Por la noche, después de la cena, llegó el tiempo de los talentos. Las y los jóvenes tomaron el micrófono, hicieron suyo el escenario. Una y otra vez aplaudimos, sonreímos y nos maravillamos de sus capacidades, de su fuerza, de esa alegría que vence dificultades, falta de espacios y carencias para tomar el protagonismo, para volver a adueñarse de las palabras, de la voz, la música y el cuerpo.
Después de tantas actividades el cuerpo pidió descanso y llegó la hora de dormir, agotados por la jornada intensa, pero contentos y satisfechos.
Una vez más, con el nuevo día, llegó la hora de despedirse, de disolver este grupo y este momento mágico, para ir de regreso a sus comunidades a compartir lo vivido y seguir trabajando, a invitar a otras y otros jóvenes, a otras voces, miradas y talentos, agradecidos y alegres por todo lo que vivimos y por esta breve comunidad que construimos juntos en un fin de semana.
Gracias a las y los jóvenes de San Juan Cancuc, Chenalhó y Las Margaritas, por compartir sus vidas, talento, su identidad, orgullo y experiencias, nos quedamos con muchos aprendizajes y alegrías. Los esperamos para que las miradas, voces y caminos vuelvan a cruzarse en el próximo Encuentro Intercultural de Jóvenes Indígenas.